¿Te ha sucedido alguna vez el quedar absorto contemplando ese vuelo silencioso y sutil de la mariposa? Porque, visto con atención, ¡es un espectáculo maravilloso!
Y eso que se trata del mismo insecto que antes era un gusano; una horrible oruga que se atoró de comida, se encerró ensimismada en su crisálida, y que cuando ya pensábamos que era el fin, resurgió transformada, metamorfoseada en una esplendida mariposa. ¡Qué milagro!
Es bueno contemplar estos ejemplos que la sabia naturaleza nos brinda para poder aprender de ellos, y en este caso, en este día en especial, renovar la esperanza. ¿A quién no le ayuda a pensar en que todo puede mejorar, el saber que un tosco gusano pueda convertirse en un ser maravilloso y alado? Surge un nuevo ser, que es la misma esencia del anterior, es el mismo ser vivo, solo que después de un proceso. Y cuando decimos proceso, decimos: tiempo.
El tiempo todo lo cura solemos escuchar... en realidad, lo que cura o lo que cambia con el tiempo no es la situación, sino nuestra percepción de aquella situación. Un problema familiar, aquel fracaso, esa calumnia que sufriste, la muerte de un ser querido: todas estas cosas son percibidas por nosotros como algo feo, un gusano gris y descolorido, desprovisto de todo atisbo de belleza. Cuando estamos en medio de la tormenta, solo vemos la oscuridad, el gusano feo se retuerce y nos duele.
Luego viene la distancia, la evasión, el encierro, y nos quedamos rumiando el problema. Pasa el tiempo, y podemos ver que la pupa comienza a abrirse lentamente y observamos curiosos y con la pregunta en la punta de la lengua... ¿y ahora qué? ¿Acaso puede salir algo bueno de esa situación que nos atormenta? Y ¡oh! sorpresa... ¡Si! Y emerge una agraciada mariposa: tras un tiempo de carencia llega un crecimiento personal o espiritual, un fracaso vincular nos lleva a los brazos de la persona que sí será nuestra compañera para toda la vida, un inconveniente nos hizo mas empáticos, un accidente nos hizo más comprensivos, o después de ser despreciado en un puesto, obtuvimos un trabajo mas acorde a nosotros, o en el mejor de los casos tras ese tiempo de turbulencia, de encierro o de duelo, finalmente nos acercamos más a Dios, a nuestra vulnerabilidad y a nuestra condición humana y fraterna que nos une en el dolor.
Yo quisiera compartirles justamente una de las más difíciles situaciones que como hija me pudo acontecer: cuando mi madre falleció yo me encontraba a mas de 17.000 kilómetros de distancia. Es decir, no pude verla con vida, acompañarla en esos últimos instantes de combate espiritual, sostener su mano, besar su frente, darle palabras de ánimo y hacerle saber que estaba ahí a su lado...
Pero gracias a Dios, cuando llegué después de un largo y amargo vuelo, el cajón estaba aun abierto, y pude ver su rostro, rezar por su alma, sostener su mano, besar su frente, murmurar palabras a su oído y velar por ella. Y agradezco a Dios por toda esta “parte buena” si podemos llamarla así, porque sólo 15 días después la pandemia obligó a cerrarlo todo. ¡Lockdown global! Ya no se podía hacer funerales y en algunos casos ni siquiera despedir a los seres queridos.
Yo, en cambio, pude enterrar a mi madre, pude despedirla tirando una flor sobre su cajón, y darle cristiana sepultura. ¡Mariposa!
Hoy es un día en el que veneramos a nuestros fieles difuntos. Y lo hacemos porque sabemos que la muerte no es el final. La muerte nunca tendrá para nosotros la última palabra. La cruz de Jesús señores, es una cruz que está llena de Vida. Es un volver a nacer, como el de la mariposa que puede aletear hasta lo más alto del cielo, una transición que los cristianos católicos denominamos no metamorfosis, sino resurrección.
Comments