Podría comenzar la Cuaresma sin necesidad de que nadie pusiera ceniza en mi cabeza. La ceniza no me embellece y me habla de muerte, de olvido, de fuego consumido, de vida destruida, de soledad, de desamparo.
¡Cuánta muerte me conmueve en este año de pandemia! ¿Qué necesidad tengo de revestirme de ceniza? El oro, la plata, las joyas, las pieles, el maquillaje, la luz. Todo eso embellece, resalta lo que está vivo. Esas cenizas bendecidas me hablan de la muerte. ¿Para qué las necesito? Estas cenizas fueron un día ramos de olivo verdes tendidos a los pies de Jesús. Ahora son ceniza bendita. Me recuerdan lo que es mi vida. La vida que no se entrega y muere para dar vida, no merece la pena.
Hoy soy un brote verde, mañana solo olvido. Por eso me viene bien recibir la ceniza. Ramos verdes, hojas verdes, entregados por amor. Me revisto de esa ceniza que me hace más humilde, más pobre. Es una ceniza que llena de luz mi alma. Sin ese amor que se entrega, muere y da la vida, no tendría sentido caminar descalzo el desierto de la vida. No me olvido de lo importante. No soy Dios, soy sólo hombre.
Y no puedo hacerlo todo solo. Camino descalzo por este desierto cubierto de ceniza. Recuerdo entonces que soy niño, que soy hijo, que soy necesitado. Tengo una nostalgia de infinito pegada al alma. Al recibir la ceniza escucho que soy polvo y que en polvo me convertiré. Y entonces dejo de afanarme por tantas cosas que me quitan la paz.
No quiero vivir preocupado porque tiendo hacia Dios. Me libero de esta vida que quiere presionarme para que venza siempre y llegue a la meta antes que ninguno.
Mi vida está en las manos de Dios, no tengo el timón de mis días. He renunciado al poder. Esa sensación de pequeñez me hace alzar la mirada al cielo y suplicarle a Dios que me sostenga. Si soy hijo necesito a un Padre que me dé la vida. Y necesito la fuerza de esta ceniza que me recuerda quién soy. Necesito creer más en Jesús, en su Palabra y cambiar de vida, crecer. La ceniza me bendice. Es esa mirada de Dios que se posa sobre mí para decirme lo valioso que soy ante sus ojos. Soy pequeño y a la vez soy el tesoro más grande que puede contemplar. Por eso la ceniza ensancha mi corazón y mi mirada.
Padre Carlos Padilla
Sacerdote de los
Padres de Schoenstatt
Fotos fuente : https://www.cathopic.com/
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