Un hombre llora, al terminar el retiro, y pasa un par de dedos resignados por su rostro, para enjugar esas lágrimas que evitaba hace tiempo, sin necesidad.
Otro hombre, que va saliendo del salón, suspira emocionado tras pedir perdón, por cosas que hace 15 años arrastraba en su corazón.
Un hombre junta su mochila y ríe, a solas, al recordar su nombre repetido a coro por quienes eran completos desconocidos tan sólo unos días atras. Otro hombre saluda y abraza a los demás, buscando una cara que pueda disimular la emoción de haber sentido tan profundamente la presencia de Dios en la adoración.
Un hombre pide revancha con toda su voz a los que ya le han ganado 20 partidos de Metegol, TakaTaka, Futbolín, jurando que nunca se va a rendir. Otro hombre mira hacia cada rincón de la casa y ofrece sus manos para construir, para renovar, para servir.
Un hombre cansado recuerda la hora a la que tuvo que madrugar el primer día para poder llegar a tiempo a buscar a los demás. Otro hombre cuenta lo díficil que fue tomar el coraje de sumarse a la fila para comulgar, con tanta historia detrás.
Un hombre comparte en la mesa con el sacerdote un par de anécdotas del retiro y los últimos bocados de carne asada del festejo final. Otro hombre relee los apuntes de las charlas y repasa palabras como identidad, misión, pecado y amor.
Un hombre toma nota de todos los nombres, teléfonos y direcciones
que puede registrar, para no perder contacto con los nuevos amigos que acaba de encontrar.
Otro hombre corre a abrazar a sus hijas y a su esposa, para decirles que las ha extrañado, y que su misión es amarlas con todo el corazón.
Un hombre recuerda la palabra "acedia" y el otro contesta "kerygma" y a carcajadas lamentan que si lo hubieran sabido antes hubieran ganado el juego en la final.
Un hombre apura desde el auto a los compañeros que volverán con él, otro saluda con el entusiamo y la seguridad de que pronto se volverán a encontrar.
Todo empezó con un puñado de apóstoles, hace tiempo, allá en esa tímida reunión de Pentecostés.
Hoy, casi 2000 años después, María ha reunido otro puñado de hombres más y el Espíritu les sopla al oído con sutileza, y los envía, con firmeza, a cosntruir la Iglesia, allí donde el Señor los quiera llevar.
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