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Me encuentro con muchas personas que no saben qué hacer con su vida. No saben lo que Dios quiere de ellas. Como si siempre estuvieran en deuda consigo mismos, con alguien. Buscan más y siempre su alma está insatisfecha, nunca es bastante.
Como si lo que hacen, lo que piensan, lo que dicen, lo que poseen no fuera nunca suficiente. Sé que esta sensación es una realidad de todo corazón humano que anhela el infinito como meta y no se conforma con los retazos de cielo recogidos en el camino.
Puede que, al proyectar el futuro, se queden en silencio deseando vivir esa vida que un día soñaron y no poseen. Han tomado decisiones que nunca eligieron, han aceptado circunstancias que no desearon y han apagado sueños que un día sintieron. Y al final no cuadran los sueños con la realidad, ni el anhelo con la vida hecha carne. Se rebelan llenos de rabia contra sí mismos, contra la vida que Dios parece darles. Y quieren algo más, algo nuevo, algo diferente. Sí, conozco mucha gente sedienta, insatisfecha, infeliz.
Y conozco a otros que aceptan su vida con paz de cielo, miran el presente sin turbarse, cara a cara, le sostienen el pulso a la vida sin perder la fe. Son estos los santos que Dios sigue despertando. Su insatisfacción no detiene nunca sus pasos y los fracasos no son causa de desesperación. Me gustaría mirar así siempre la vida.
Tengo claro que el corazón desea siempre lo que no posee y se siente incompleto, porque así será hasta el cielo. Quiero una vida más plena. No quiero pensar que mis sueños se quedaron simplemente escritos en un papel, como tristes ideales no realizables. No quiero acabar echándole la culpa a los demás, a la vida injusta, a los infortunios de todo lo que no me resulta.
No quiero creer que los otros están mal y soy yo quien hace las cosas bien. ¿Qué quiero de la vida, qué espero? ¿Qué me pide Dios que haga, hacia dónde encamino mis pasos, mis vuelos? ¿Qué más podría dar? ¿Estoy siendo aquel que quiero ser? Miro hacia dentro en silencio.
Padre Carlos Padilla
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