Necesito un abrazo, un «apapacho», para seguir caminando. Esta palabra en Náhuatl significa «caricia del alma». Cuando el corazón duele o la nostalgia es demasiado pesada ese «apapacho» interior me llena de alegría.
Es lo que necesito en este tiempo de pandemia en el que me han quitado los abrazos. El alma siente la distancia y duele hondo, necesita ser acariciada. ¿Cómo apapachar el alma de los que sufren, de los que están solos, de los enfermos en los hospitales o confinados en sus casas?
¿Cómo me acarician en su vuelo los que ya han partido? Lo hacen de una forma honda tocando por dentro mis entrañas cuando parten. Siguen siendo parte de mi presente y me mandan saludos que yo siento. Es la misma caricia de Jesús al irse y dejarme solos. Mi alma quiere sentir ese «apapacho» eterno de Dios muy dentro. Me acostumbro a hablar sin palabras, con silencios profundos, con caricias hondas. Me acostumbro a abrazar sin alzar los brazos, tendiendo un silencioso vínculo que une alma con alma.
Así es en este tiempo extraño que vivo y me enseña el valor de las cosas pequeñas. Sé que Jesús lo hace así cada día conmigo. En su presencia constante a mi lado, me habla, me acaricia, me ama. Ahí está conmigo, a mi lado, oigo su voz. Me habla en susurros y en silencios. Me habla en soledades que son sus caricias. Me habla en vacíos que son sus abrazos, y sostiene así mi pena. Y yo reconozco su presencia caminando a mi lado. Sé que es Él, lo toco sin tocarlo, lo oigo con el corazón y está muy presente en mi vida. Es ese «apapacho» espiritual que necesito. Es como esa nieve blanca que cubre mi alma sin hacer ruido.
Y con el paso de los días, pesa su presencia y noto su canto. No me han bloqueado los sentidos del alma con los que soy apapachado y apapacho. Expreso así el amor de otra manera, o la cercanía, o mi afecto más hondo. Soy creativo y descubro nuevas formas. Nuevas rutas para cruzar océanos y llegar a otras almas. Me vuelvo más sensible a los gestos de cariño, más empático con el que sufre a mi lado. Valoro más que antes las palabras escritas o las dichas en voz alta y los silencios guardados. Dios me habla sin palabras. Me ama sin abrazos. Me busca sin detenerme.
Padre Carlos Padilla
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